domingo, 15 de febrero de 2015

Antes y después de ti: modus operandi a la manera de Marwan.

Modus operandi
Cuando empieza a doler
entonces escribo.
Cuando lleva un tiempo doliendo
entonces escribo
Cuando deja de doler
entonces escribo.
Cuando no duele nada
entonces escribo sobre
cuando empezaba a doler,
cuando llevaba un tiempo doliendo
o cuando dejaba de doler.
Marwan.

Antes

Esto es un sinvivir. 

Lo que tengo en el estómago no son mariposas, sino carreteras en cuesta y con curvas, de esas comarcales con un sólo carril de doble dirección que pasan junto al borde de un acantilado. De esas en las que, lo único que evita que te caigas, aparte de ti y tu capacidad de recordar que no debes acercarte tanto al borde, son pequeños pilones de piedra separados entre sí. Pero se te olvida alejarte porque, o bien estás absorta con el paisaje, o bien estás concentrada intentando girar en las curvas sin derrapar.

Y esa es otra. Vas a toda velocidad. No puedes evitarlo. No contenta con ir por una comarcal, en cuesta y con curvas, vas a 1000 km/h y cada vez se hace más de noche. 

Subes y bajas las cuestas y tu estómago da volteretas como en una montaña rusa: en las curvas, en las cuestas, cuando pisas el acelerador, cuando te acercas demasiado al borde de la carretera... No me malinterpretes, no es una sensación agradable. Es realmente horrible. Se te cierra el estómago y sientes que no vas a poder volver a comer en toda tu vida, que tendrán que ingresarte y alimentarte con tubos. 

Es realmente horrible porque no sabes a dónde vas, qué te espera al final de todo esto, ni siquiera sabes si llegarás al final en algún momento. Y no sabes tampoco si te vas a caer por el camino porque, reconozcámoslo, el que tuvo la brillante de idea de poner esos pequeños pilones tan separados no debía tener muchas luces. 

Esto es igual. Es acojonante. Acojonante de que da un miedo terrible. Acojonante de que es tan maravillosamente genial que asusta. 

Es una sensación tan estupenda que tienes miedo de dejar de sentirla. No ves lo cerrada que es la curva, pero sigues hacia delante porque frenar no es una posibilidad. La cuesta es infinita, pero ojalá no se acabe nunca, porque bajarla significaría que has dejado de subir. Cada vez está más oscuro, pero no enciendes las luces del coche porque entonces verías qué hay alrededor y quizá no sea agradable. También porque, en cierta forma, sabes cómo es el camino. Y, aunque la seguridad ya hemos dicho que es nefasta, vas pegada al borde, porque si no, no podrías ver el camino recorrido y todo lo que hay debajo. 

Así que sí, es una sensación desagradable y perfecta al mismo tiempo. Y no quiero parar, aunque me choque con un coche que va en dirección contraria a la mía, aunque me caiga por el borde del acantilado. Siento que, aún así, por lo menos habré recorrido una parte del camino. Y, además del corazón, la valentía y, al parecer, la capacidad de digerir bien la comida ¿qué puedo perder?


Después

Pues, al parecer, podía perder el miedo a mí misma. El miedo a ser yo. El miedo a ti. El miedo a nosotros. 
Podía perder las ganas de estar sola. Y las ganas de estar con más gente al mismo tiempo. 
Podía perder la sensación de estar abriéndome en canal y las ganas de salir corriendo. 

Y podía ganar. De hecho, he ganado más de lo que he perdido. 
Ahora tengo dos corazones y dos bocas que son un anexo la una de la otra. 
Dos sonrisas permanentes y dos cerebros bloqueados cuando las encontramos. 
Cuatro manos que descubren un mundo nuevo cada vez que nos rozan la piel. 
Cuatro ojos que brillan reflejados en las pupilas de la otra cara.

"Sí. Es entonces cuando realmente lo entiendes: 
el amor consiste en una cara
donde quedarse a vivir."
Marwan.

jueves, 22 de enero de 2015

Futuro indefinido

A ti, futuro e indefinido:

Quiero verte.
Quiero tocarte.
Quiero escucharte.
Quiero olerte.
Quiero sentirte.
Quiero hacerlo todo contigo.

Quiero verte dormir. Que tus suspiros me despeinen las pestañas  y tu respiración haga temblar el colchón. 

Quiero tocarte y sentir tu pulso, la sangre fluyendo por tu cuerpo y tu corazón bombeando.

Quiero escucharte reír. Y, egoístamente, quiero que lo hagas por algo que haya dicho yo. 

Quiero ser la única que distinga la realidad de la ficción en el sonido de tu risa.

Quiero olerte al salir de la ducha, y reconocer tu olor cuando camino por la calle. Quiero girarme esperando verte y, al no encontrarte, admitir que nadie más huele como tú.

Quiero sentirte en el nudo en el estómago que me genera el mero hecho de saber que estamos en la misma habitación.

Quiero hacerlo todo contigo.

Quiero que me veas.
Quiero que me toques.
Quiero que me escuches.
Quiero que me huelas.
Quiero que me sientas.
Quiero que quieras hacerlo todo conmigo.

Quiero que me veas equivocarme y enfadarme, y que, al contártelo, tu risa se contagie y me recuerde lo absurdo de la situación.

Quiero que me toques sin querer pero queriendo. Quiero que me acaricies la espalda, que me des la mano y las metas juntas en tu bolsillo en un día de invierno.

Quiero que me escuches cantar en la ducha, en casa, en la calle, en la vida… Quiero que me encuentres en todas las canciones que oigas y sus frases te recuerden a mí.

Quiero que me huelas por sorpresa esa zona del cuello que sólo encuentras tú y que al hacerlo me roces con tu barba de dos días. Quiero que inspires y me pongas la piel de gallina.

Quiero que me sientas en un sueño y te despiertes creyendo que sigues en él. Quiero que me lo confieses al día siguiente y que tus ojos me cuenten todas las emociones que experimentaste.

Quiero que quieras hacerlo todo conmigo.

Quiero que seas tú, no otro.
Y quiero que seas tú, y no varios.

Quiero que seas tú ahora, no en un futuro indefinido.
Quiero que seas tú ahora.


Y quiero que seas tú siempre. 

lunes, 13 de octubre de 2014

Algo lento

“Antes de contar y cantar, antes de que se me acaben los días, cuéntame tú a mi algo que me haga dormir.
Algo lento”
Me he resignado.

Aún sigo teniendo la sensación de que tú o yo estamos de viaje. En cualquier momento una de las dos volverá, te podré dar un beso y acariciar el brazo.

He dejado de pensar en ti a menudo. Lo siento. Me ahogo cuando me doy cuenta de que esto es real, que te has ido y que la vida sigue. Y me culpo porque no pienso en ti lo suficiente, o porque he vuelto a reír y pasármelo bien. Pero me he secado. Ya no me salen más lágrimas.

El otro día pasé por el parque recordándote, y fue duro, pero no tanto como cruzar la calle y no encontrarte. ¿Te acuerdas cuando te pillaba cruzando mal? Venías de la piscina y estabas fresquita, suave, oliendo a cloro y a gel. Siempre con el pelo mojado y una bolsa de Mercadona, porque no podías evitar pasar a comprar algo: plátanos, ciruelas, bizcochos… A veces, cuando aún te quedabas algún día a comer en casa, te echaba la bronca riéndome y tú me regalabas lo que habías comprado.

De vez en cuando, sobre todo por las noches, antes de dormir, recuerdo ese fin de semana caótico que pasamos cuando te fuiste. Hubo un momento que creí que me había desdoblado. Podía vernos a todos, como en una película. Llorando, abrazados. Sentados en la salida del hospital. Sólo hablando de ti se nos calmaba la agonía. Luego, de repente, pasaba alguien a quien no habíamos abrazado aún, o no lo suficiente, y volvíamos a empezar a llorar. Fue agotador y muy difícil. Verte allí, tumbada, con un cartel donde ponía “Absoluta” ha sido lo más duro que he tenido que hacer hasta la fecha. Y sé que lo hice porque quise, por mi y por Ana, pero al verte no fui capaz de decirte adiós. ¿Qué iba a decirte si esa no eras tú? ¿Para qué darte un beso si el cuerpo que estaba allí era de otra persona? Una señora muy pálida y arrugadita, pequeña y sin tripa. ¿Cómo vas a ser tú? Tú eres grande y redonda, y flotas en el agua. Tú no tienes arrugas, tienes surcos de felicidad y orgullo en tu piel suave y blandita. Eres morena porque has estado en la Cañada tomando el sol, con pecas y cardenales que no recuerdas cómo han aparecido. Llevas anillos y pulseras que te aprietan, pero que no te quitas nunca. Tienes unos ojos preciosos azules que hablan por ti más de lo que crees, y nos cuentan que estás nerviosa porque ha venido la tía Ana y tú no estabas preparada. Y eres blandita. Muy blandita.

Pero luego me acuerdo la última vez que nos vimos de verdad. No fue tu mejor momento, pero me reconociste. Todo el equipo médico intentando ayudarte y tú me viste, me sonreíste y me saludaste.

El fin de semana fue intenso, al estilo Navarro. Todos juntos a todas horas. Parecía más una celebración que un duelo. Y es que eso era una celebración. Una celebración de la vida que nos has dado, porque sin ti ninguno de nosotros existiría hoy. Haces magia: conviertes la tristeza en alegría. Estuvimos juntos por nosotros, pero sobre todo por ti. Y volvimos a reír por ti. Porque tú nos has hecho como somos.

Has conseguido lo que tanto deseabas: estar en todas partes a la vez y enterarte de todo lo que decirmos, al mismo tiempo que estar sola y tranquila. Sigues aquí, y sé que no te irás nunca.

Gracias.
 “De pronto la soledad cogerá distinto color del natural.
Y entonces lo que no fue será.
Y entonces lo que no ves verás.
Antes de que el miedo te atrape...
Cantaremos algo mientras”

viernes, 9 de mayo de 2014

Tiempo de metáforas

He estado en Biescas dos semanas. Todos necesitamos un sitio así, un cambio de aires, donde estás con gente diferente a la que acostumbras a ver a diario. Gente que te quiere y a la que quieres, eso sí, que te enseñe a valorar otras cosas que no son el trabajo y el tiempo en el que vivimos inmersos. Es uno de esos sitios de los que vuelves,  irremediablemente, cambiado. Son personas que te hacen ser más humano.

Allí me he dado cuenta de que nunca me han gustado mucho las metáforas manidas. De esas que todo el mundo hace y tú sólo piensas “pues sí, pero vaya tontería. La vida no es tan simple como eso.”. Y resulta que ahora que he tenido tiempo y me he podido “sentar” a pensar me da por usar una de esas metáforas que tanto me he enorgullecido de rechazar.

La vida es una montaña. Caminos tortuosos que comienzan llanos, poco a poco son más cuesta arriba. Pero si sigues andando, aunque no te des cuenta, subes y ves cosas increíbles que nunca habrías visto si no te hubieses esforzado en superar los obstáculos. Y, aunque el camino nunca dejará de ser difícil, vale la pena seguir adelante porque, si te fías de las vistas a lo largo del camino, la perspectiva es fascinante


La perspectiva:
Voy a ser profesora



El camino:
Estoy haciendo un Máster de Profesor/a de Educación Secundaria. Para aquellos que me conocen saben que siempre he querido ser profesora. Debe ser eso que llaman “vocación”. Pero, aunque siempre lo he tenido muy claro, a la hora de hacer la solicitud de la Universidad mi primera opción fue Historia. Sorpresa para todos, incluida yo. Me daba miedo haberme encasillado en el quiero ser como mamá y decidí hacer un cambio radical.

Primer golpe. Primer tropiezo. Fui feliz hasta que me di cuenta de que realmente sí que quería ser profesora y que me había metido en un  agujero del que no sabría cómo salir. Estaba en una carrera con pocas salidas, y aunque una de ellas era la enseñanza, no era el rango de edad adecuado según mis expectativas de futuro. Problemón.



¿Me cambio de carrera? No. Permitidme dos frases que resumen la situación:

“Acaba lo que has empezado, y luego, si realmente quieres hacer otra cosa lo hablamos”. En ese momento, me sentó como una patada en el estómago. ¡Mis padres limitaban mis aspiraciones de futuro! ¡Y yo que siempre había confiado en que ellos me apoyarían en todo!

“Tiempo al tiempo”. Mierda, mis padres tuvieron razón. No les digáis que les agradezco infinitamente todo lo que han hecho por mí. Incluso frustrarme.

Acabé la carrera, hice unas prácticas durante el último año que me abrieron los ojos sobre la enseñanza en secundaria. No era tan malo como parecía. Probé a apuntarme a un Máster comodín, por si salían oposiciones en algún momento mientras decidía si realmente quería dedicarme a esto.

Segundo golpe. Segundo tropiezo. No tenía el título de inglés porque, cabezona como soy, me negué a sacármelo cuando mis padres me lo recomendaron. ¡Y ahora me lo pedían para poder acceder al Máster! ¡El destino me odia! A pesar de todo, pude hacer un examen de acceso, aprobé. Y luego me saqué el título. Tampoco me salió tan mal.



Las vistas:
Acabo de terminar unas prácticas asombrosas en un colegio del que he aprendido muchísimo, especialmente que no es malo cambiar de opinión y estar abierta a nuevas oportunidades. Que las decisiones que tomas te permiten crecer y madurar como persona. Como le dije el otro día a alguien: “Hay un momento en que empiezas a comprar camisas en vez de camisetas. Y es bueno porque es lo que necesitas”. Cuando se cierra una puerta se abre otra que te puede llevar a una habitación similar a la anterior pero mucho más rica y exuberante.
Que aunque el camino es cuesta arriba con esfuerzo puedes llegar a la cima. 





Las fotos están hechas en el Parque Natural de Ordesa - Monte Perdido.

viernes, 14 de marzo de 2014

Hasta mutilados deberíamos querernos

Recuerdo que cuando iba al cole me gustaba ser la primera de la clase. La que más sabía, la que más respuestas acertadas daba. Siempre me ha gustado aprender cosas nuevas y diferentes, pero demostrarlo delante de la eminencia que era el profesor me hacía sentir orgullosa de mí misma, al igual que si alguien sabía más que yo, o sacaba más nota que yo, me sentía decepcionante (atentos, no he dicho “decepcionada” sino “decepcionante”). Como si fuese a venir la policía a mi puerta a decirles a mis padres: “Buenos días, venimos a por su hija. No cumple con los estándares establecidos”.

 Y a partir de aquí creo que hay dos puntos fundamentales sobre los que deberíamos reflexionar.

En primer lugar me pregunto sobre la impotencia que genera que todos, absolutamente todos, pasemos por los mismos filtros sabiendo como sabemos que cada uno somos diferentes. Hace poco vi, por requerimiento del Máster, el capítulo 87 de Redes. ¡Oh, adorado Punset! Me hizo pensar sobre la Educación, con mayúsculas.



El capítulo trataba sobre la incapacidad de los sistemas educativos de abordar las necesidades de los individuos actuales. Frente al aprendizaje que se fomenta, basado en la enseñanza lineal y por repetición (llamémosle “transmisión del conocimiento científico”) el documental propone un aprendizaje social y emocional que fomente la educación personalizada  a través del contacto, la experiencia y la implicación del alumno en el proceso.

Somos máquinas. O por lo menos eso nos hacen creer sin que lo sepamos. O por lo menos lo intentan. Todos tenemos que saber lo mismo. Todos tenemos que aprender de la misma forma. Todos tenemos que cumplir los plazos de aprendizaje y enseñanza establecidos. Y si no los cumples poco menos que eres una paria social.

No está mal si pensamos y reflexionamos sobre ello. Es decir, que yo, a mis 22 años (casi 23 pero no se lo digáis a nadie) he sido capaz de sentarme y pensar sobre lo que ha supuesto para mi tener que pasar por ese aro tan estrecho. No ha sido fácil. Ha sido duro, cansado y estresante. Pero lo he pasado y por eso me sentía orgullosa cuando contestaba la respuesta correcta en el colegio o cuando sacaba más nota que nadie en el examen. Y de repente un día dejo de pasar por ahí. Suspendo, no contesto la primera, y el mundo se me cae encima. Me paro y pienso ¿y todos aquellos que no han pasado nunca el filtro? ¿Cómo se deben de sentir? Fatal, horrible, decepcionantes.

Nos pasamos desde los 3 a los 16 años, como mínimo, en un centro educativo que nos enseña que no eres bueno a menos que cumplas los estándares. Tus únicas cualidades positivas son las que están asociadas al estudio y a la adquisición de conocimientos: estudiar, leer, escribir, concentrarte… Y no me entendáis mal, no digo que no sean muy útiles, pero el enfoque no creo que sea el más adecuado. Eres bueno si sacas buenas notas. Si sacas sobresalientes eres el mejor.

Según Ken Robinson (al que entrevista Punset en el documental) la Educación tiene tres objetivos fundamentales, uno de los cuales es personal: esperamos que la  educación nos ayude a convertirnos en “la mejor versión de nosotros mismos”, ayudándonos a descubrir nuestros talentos y destrezas. Pero en ese sentido, desde su punto de vista, piensa que ha fracasado, porque en el fondo tenemos una visión de las aptitudes muy limitada.

Así que, cuando salgas del sistema educativo ¿qué será de ti? Quizá has aprendido muchas cosas, y tienes una barbaridad de datos almacenados, y estás capacitado para desarrollar nuevas habilidades “prácticas”. Pero ¿qué hay de la persona? ¿Qué hay de su integridad, de su saber estar, convivir, imaginar, crear… de su saber ser feliz?

Nos mutilan. Nos mutilamos como individuos si nos creemos que es mejor el que más sabe.
Hoy me ha preguntado una persona: “¿por qué hay quien se saca dos carreras y yo necesito dos años para un máster de un año?”. Y yo me planteo cómo hemos podido llegar a este punto tan triste en el que no vales nada si no cumples los estándares. Y generalizo, ya no sólo hablo de la Educación, sino de todos esos estándares que hemos asimilado sin darnos cuenta y que nos hacen ser infelices cuando no los cumplimos.

Y el segundo punto sobre el que creo que deberíamos reflexionar inmediatamente después es saber qué nos hace diferentes, especiales, valorarnos y querernos a nosotros mismos.

Le decía a esa persona con la que hablaba antes que no puedes dejar que nadie te juzgue negativamente de forma gratuita pero es especialmente peligroso que seamos nosotros mismos los que nos juzguemos. Quiero decir, que alguien te llame idiota te puede afectar más o menos, pero que tú mismo te lo digas es una bomba de relojería. Es la profecía autocumplida. Si te lo dices repetidamente al final te lo creerás hasta el punto de que cuando alguien trate de valorarte de forma positiva tu mente lo transformará en algo negativo. Tu visión de ti mismo es el filtro por el que pasan todas las valoraciones que hacen los demás sobre ti. Si crees que “tu criptonita” son los exámenes, siempre lo serán. O llevándolo a algo más simple, si crees que estás gordo, pensarás que los demás también lo creen.


No soy psicóloga ni pretendo serlo. Sólo reflexiono sobre mis propios pensamientos negativos y de qué manera me afectan limitándome como individuo. Quizá es algo muy trillado, pero si tú te quieres a ti mismo da igual lo que los demás piensen de ti. Puedes valorar más o menos su opinión, pero al fin y al cabo es una opinión y, no nos engañemos, nunca tendrá el mismo valor que la que tú tienes sobre ti mismo. Sepas o no cuál es esa opinión que tienes sobre ti. 

martes, 11 de marzo de 2014

Te caes y te levantas.

Te caes y te levantas.
Te caes y te levantas.
Te caes y te levantas.
Y en eso consiste la vida, el día a día.
Te caes y te levantas.

Todos tenemos malos días. Días en los que caes rendido en la cama. Literalmente.

Respiras profundamente. Una vez. Dos veces.

Sientes cómo en el momento en el que te tumbas toda la tensión se diluye y deja de pesar.

Respiras profundamente. Una vez…. Dos veces.

Esa piedra que llevas en el corazón y en el estómago cambia de estado. De sólido a líquido. Te tumbas, fluye por tu cuerpo y se equilibra. Llega a todas partes. Aún está ahí, pero el peso está repartido.

Respiras.... Una…vez…. Dos…veces.

Sientes salir la tensión por los poros, como una olla a presión muy silenciosa. Respiras… Alguien estira de un hilo invisible que sale de tu cabeza. Respiras… de tu estómago. Respiras…de tus pies…

Respiras……… Una……… vez…..…Dos…

Y de repente es de día. Nuevas posibilidades. Nuevos retos. Tropiezos, caídas, luces, sombras, frío, calor, sonrisas, lágrimas, momentos de estrés, momentos de paz, recuerdos, experiencias, pensamientos. Emociones a flor de piel. Todo es nuevo, hasta lo antiguo es nuevo. Quizá es deformación profesional. Todo se puede aprender, ver, observar, escuchar, tocar, saborear. Porque cada vez que nos levantamos es un nuevo día con nuevas oportunidades.

Os preguntaréis: “¿Es que tú nunca has tenido un mal día?”. Sí, muchos, cientos. Pero alguien, y con alguien quiero decir mi madre, me enseñó que de todo se aprende, que cuando te caes te levantas, revisas con qué te has tropezado y si lo puedes apartar del camino para que ni tú ni nadie vuelva a tropezar. Que un mal día lo tiene cualquiera pero si le pones buena cara pasa mejor.

Lo que nadie dice es que es difícil de narices. Es complicado y cansa mucho. Muchísimo. Pero sigue adelante, porque valdrá la pena. Ponte un objetivo. Lucha por él. Defiende tus sueños de los obstáculos que el mundo te ponga. La felicidad no es fácil ni gratis. Esfuérzate por conseguirla.


“Madre mía, qué filosófica estás”. Soy rara, ya os lo he dicho. De las raras que cuando son felices se sientan a pensar. Como todos, soy de las que se da cuenta de que su sueño, su vocación, no es tan perfecto ni tan idílico como pensaba. Pero podemos aceptarlo con buena cara, igual que aceptamos que fallamos, que nos caemos y que nos levantamos. Podemos aceptar que somos humanos ¿no?

domingo, 2 de marzo de 2014

Adiós

No me gusta que salga el Sol en los días tristes.

Es como si el cielo se riese de nosotros. La luz, el calor, los sonidos de la gente disfrutando en la calle, los árboles más verdes, las odiosas palomas que hoy parecen de postal se están riendo de ti, que estás viviendo en el lado frío, en las sombras. Días en los que te dedicas a pensar en ti, sobre ti y sobre lo que te afecta por algo que ha pasado y que es relativamente externo. Y el mundo sigue, y no sólo sigue, sino que sigue feliz, alegre, contento, brillante y luminoso. Y tú no puedes alcanzar esa luz. Entonces te preguntas cómo es posible que las cosas malas se cuelen de forma tan rápida hasta tu interior y te dejen en ese estado de apatía y en cambio las cosas buenas, los días luminosos, te generen esta inestabilidad pero no lleguen a inundarte por dentro. Es como si te enseñaran lo bueno del mundo, lo bueno e inalcanzable.

Pablo ha muerto. ¿Por qué? María siempre dice: “¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?”. ¿Por qué? No lo entiendo. ¿Qué le pasó? ¿Qué le provocó ese infarto? ¿Por qué no había nadie con él? ¿Por qué no le pudo pasar a otra persona? No a alguien que se lo merezca, porque nadie se lo merece, pero ¿por qué no a alguien que haya vivido más? ¿Alguien que haya tenido tiempo para dar todo lo que puede dar? ¿Alguien que haya tenido tiempo para recibir todo el cariño, la alegría, el amor, los agradecimientos,…todo lo que pueda recibir?

Y no es que conociese mucho a Pablo. Vino de apoyo a Miguel a la parroquia hace…6 meses como mucho. Y no he estado mucho con él, sólo en alguna reunión, alguna conversación en la calle, o alguna eucaristía en convivencias. Pero es, era, una persona que dejaba huella. Era un cura joven, 38 años según Patri, con muchísima formación teológica. Un cura nuevo, joven que viene a una parroquia enorme que tiene un grupo de jóvenes un tanto…particular. Podría haber llegado y quedar a la sombra de Miguel. Podría haberse quedado con sus ideas preconcevidas y rechazar toda nuestra forma de pensar, un tanto “divergente” para lo que es habitual. Podría haberse negado a escucharnos, no participar de nuestra vida como grupo, y tratar de convencernos de que algunas cosas que pensamos son inconcebibles. Pero no. Llegó y tuvo que ser simpático, participativo, abierto, interesado, amable, educado, siempre con una sonrisa en la cara, con una mano sobre tu hombro y un brazo en tu espalda, siempre apoyando, siempre escuchando, siempre atendiendo al menor síntoma de debilidad para sostenerte. Tuvo que llegar e intentar aprenderse el nombre de todos los niños de la parroquia. Quizá es una tontería, pero es un detalle que no hace cualquiera.

Y eso que no lo conozco, conocía, mucho. Pero cada vez que te lo cruzabas, que estabas con él, te miraba con unos ojos que te decían: “te escucho, te entiendo, te ayudaré”. Gente así hace falta en el mundo. Gente desinteresada. Gente buena. ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

Quizá el día tan luminoso que ha salido no sea porque el mundo se ría de nosotros. Quizá es Pablo, que ayer cuando subió, decidió tener un detalle y le dijo a Dios: “Va, tío, cúrrate un día bonito, para que se acuerden de que todo es luz, de que todo se va a arreglar”.

Quizá.

Esta es mi forma particular de despedirme de ti. Tenía cosas que decirte, que estaban esperando a un momento más idóneo, pero las pensaré muy fuerte, a ver si te llegan.

Muchísimas gracias, Pablo.


Hasta luego, cuídate y cuídanos.